HEROES ANONIMOS
QUE EMERGEN DE LAS CENIZAS.
El día 28 de noviembre de 1948, la ciudad de México
amaneció de luto.
Con periódica regularidad las estaciones de
radio pedían el auxilio de especialistas que supieran manejar palancas
mecánicas para que ayudaran a remover los escombros del edificio que se
derrumbó con motivo del incendio más espectacular que registraban los anales,
ocurrido en la tlapalería “La Sirena”.
Así fue como los capitalinos se dieron
cuenta de las proporciones de la pavorosa catástrofe que registró un saldo de
12 Bomberos muertos, y un civil de nombre Francisco Marmolejo Salas, quien al salir de una fiesta
y ver la hornaza acudió presto en ayuda de sus semejantes y ahí mismo perdió la
vida.
Post mortem, Francisco Marmolejo Salas fue
declarado oficialmente y por las autoridades, Bombero Honorario, título que
legó a sus familiares para gloria de su memoria.
En el lugar del trágico siniestro se
congregó una muchedumbre del Ejército, Cruz Roja, de heroicos tragahumo, donde
se seguía removiendo el lodo y los despojos en busca de más personas
desaparecidas, cuya pérdida representó un motivo de trágico duelo no solo para
México, sino que, cuando la noticia recorrió el mundo de todas partes llegaron
mensajes de solidaridad.
El Coronel Artemio Venegas, jefe de turno y
responsable de la guardia, fue el encargado de rendir el parte oficial que
llegó a manos del propio Presidente de la Republica, Miguel Alemán Valdez.
“A las 2 horas con 32 minutos, la señora
identificada como Felisa Revilla, utilizando el teléfono 13-10-56, dio aviso de
que en la ferretería “La Sirena” ubicada
en la Avenida 16 de Septiembre número 71, se originaba un incendio de enormes
proporciones.
Por ese motivo el uniformado decidió, dado
que el siniestro crecía a límites
inesperados, salieran a reforzar el servicio, de la estación de Regina, el
Capitán Ponciano Quiroz Herrera, con15
elementos a su cargo en la bomba “México” y el auto número 8 de la estación
Tacubaya, el capitán Inés Preciado Bonilla con 17 bomberos más.
RELATO DE UN
BOMBERO
El
siguiente relato quedó para la historia y fue registrado por el gobierno
capitalino en un compendio en el que rinde honores a los siempre desconocidos
tragahumo.
“Yo
no sabía realmente por qué a nuestro cuerpo se le llama heroico. En realidad
tenía muy poco tiempo de haber ingresado a la policía. Alguien me dijo que
necesitaban personal en bomberos y solicité mi cambio. Me atraían los aplausos
en los desfiles del 16 de septiembre, los actos de acrobacia y hasta ir por las
calles de la ciudad en los auto-tanques
pintados de rojo con sirena abierta y haciendo sonar la campanilla”.
“¡Qué
difíciles fueron mis primeras semanas!, los ejercicios; la disciplina del
cuerpo, los horarios de trabajo. Sin embargo, fui descubriendo a medida que pasaban
los días el gran espíritu de solidaridad
entre mis compañeros.
“Nuestro
comandante se llamaba José Saavedra, y todos lo veíamos con gran respeto en la
Estación Central de Revillagigedo e Independencia. Nos daba consejos, compartía
con nosotros el rancho y a veces por las noches se quedaba con nosotros a
escuchar por radio las transmisiones de peleas de box en las que participaban
nuestras figuras nacionales del momento.
“Yo
era novato en las filas y me emocionaba en extremo cuando en la madrugada sonaba la alarma. Había
tiempos cronometrados para vestirnos, bajar por tubo hasta donde estaban los
vehículos, listos para salir a toda marcha hacia el lugar del siniestro.
“Yo
seguía sin entender del todo el concepto de heroico. Hasta ese fatídico día de
noviembre de 1948.
“Salimos
como siempre, después del llamado que nos llegó de la estación. El siniestro
estaba localizado a unas calles, casi en la
esquina de Palma y 16 de Septiembre. Un edificio de cuatro pisos. El
fuego se había iniciado en la ferretería “La Sirena”.
“Eran
las 3 de la mañana. No se veía fuego, pero del edificio escapaba humo negro. Se
procedió a romper la enorme cortina metálica mientras otros nos dedicábamos a
situar mangueras y a ajustar la presión de las bombas de agua.
“Nuestro
comandante, hombre de baja estatura y de unos 35 años de edad iba de un lado a
otro, dando órdenes muy precisas para coordinar las maniobras.
“Al
fin la cortina cedió y un grupo de compañeros entró al inmueble seguidos por el
propio Saavedra. Yo estaba en uno de los carros pendiente de la presión de las
válvulas.
“No
habían pasado 5 minutos cuando escuchamos una serie de crujidos seguidos de un
ruido estremecedor al desplomarse la estructura
del edificio.
“La policía había acordonado el área y contenía a los
curiosos, los fotógrafos imprimían sus placas. Una de las ambulancias, que
estaba cerca quedó semidestruida entre
los cascotes.
Comenzamos a abrirnos paso entre los escombros,
siguiendo la manguera principal. El Primer cuerpo que encontramos, fue el de
nuestro comandante, tenía la cabeza destrozada por una vigueta.
Y así fuimos rescatando uno a uno a nuestros
compañeros. Cuatro horas después habíamos sacado al último, en total, 12
cadáveres y uno más, el del civil Francisco Marmolejo Salas.
“Alguien gritó ¡Falta Gallegos!
Nuestro sargento había sido el primero en entrar al
edificio, llevando una pipeta de la manguera, regresamos a buscar su cadáver y
los escombros nos dificultaron el trabajo, pasaron tres días de infructuosos
esfuerzos, alguien escucho quejidos, comenzamos a remover es parte. ¡No era
posible que estuviera vivo!
Sin embargo ahí estaba, debajo de hierros retorcidos
entrecruzados que si bien era cierto, lo habían inmovilizado, también lo
protegieron de que le cayeran encima otros escombros.
¿MANOS CRIMINALES EN EL SINIESTRO?
El
apoderado y gerente general de la tlapalería y ferretería “La Sirena”, Federico
E. Albert, hizo declaraciones a La Prensa en las que categóricamente afirma que
manos criminales causaron el incendio que destruyó la vieja negociación y
arrojo un enorme saldo de pérdidas humanas.
El
propietario de “La Sirena” apunto claramente que, según los bomberos, una
persona estaba en el interior del edificio, cuando fueron avisados que estaba
envuelto en llamas, como nosotros no tenemos velador –agrego Federico E.
Albert- y ninguna persona queda en el interior del edificio, cuando éste se
cierra, bien pudo tratarse de un ladrón.
El
señor Albert declaró también que hace tres meses, se percataron de que el
edificio iba a ser visitado por amigos de lo ajeno, precisamente aprovechando
que no había velador.
El
robo –dijo-, iba a efectuarse por el último piso, razón por la cual, el señor
Albert ordenó que se dejara un foco encendido, “para darla sensación de que
había alguien dentro”
“Entonces
–agregó- , toda la instalación eléctrica fue revisada y especialmente la que
llevaba energía al foco, que en el último piso dejamos encendido. Este,
entubado totalmente, por ningún motivo pudo haber sido el causante del
incendio”.
Por
otra parte, las demás instalaciones quedan desconectadas, según el señor
Albert, ya que se cortaron los switches cuando se cerraba “La Sirena”
La
única hipótesis que encuentra del motivo del incendio es la que queda asentada.
“Aprovechando el cierre de nuestras oficinas, algún ladrón pudo haberse
introducido y provocar, por su desconocimiento el desastre”
El
mismo sábado, el señor Albert había firmado un nuevo contrato por 5 años con
los propietarios de la casa. Dijo también que la compañía de seguros se avocó
por su parte y con todos sus recursos a las investigaciones del caso.
El
propietario de “La Sirena” avisado desde el momento del siniestro guardo un
estado de agitación muy considerable, dado que era “el alma de la empresa”,
según dijeron sus mismos trabajadores.
La
hipótesis de que el incendio pudo ser provocado por un ladrón fue
convenientemente investigada, de otra manera, asentó el gerente de “La Sirena”,
no se explica el fuego.
Confirmando
la versión emitida por el responsable, en el sentido de que el incendio no pudo
haber ocurrido accidentalmente, el apoderado de este, Guillermo Pasterling,
alto empleado de “La Sirena”, declaró que se había cerciorado al cerrar la
tlapalería, de que “todo guardaba las debidas condiciones de seguridad”.
Pasterling,
día tras día, personalmente se dedicaba a recorrer todas las instalaciones de
“La Sirena”, poco antes de que se cerraran sus puertas, con objeto no solo de
evitar que los ladrones pudieran quedarse escondidos, sino que las substancias
susceptibles de inflamarse estuvieran cuidadosamente guardadas.
El
día de los hechos el apoderado del negocio, Pasterling, visito todas las
instalaciones de la tlapalería, comprobó que todo estaba en orden y que no
había ningún peligro aparente, al salir quitó los switches de todo el edificio,
dejando únicamente encendido un foco en el último piso, el cual con su
instalación llenaba todos los requisitos de seguridad.
“Así
mismo, declaró que “como en una
tlapalería hay substancias inflamables, siempre se tenían las más estrictas
precauciones con objeto de evitar un siniestro”
Tampoco
el señor Pasterling consideró que el incendio tuviese alguna otra explicación,
que no sea la intervención de manos ajenas a la ferretería.
EL INFIERNO,
MUERTE Y LUTO
El
Presidente Miguel Alemán, cuentan quienes estuvieron a su lado, al dar lectura
del parte de hombres firmado por el
coronel Artemio Venegas, apenas pudo contener las lágrimas y elevó la voz para
compartir aquella tragedia con sus más cercanos colaboradores.
El
documento oficial señaló lo siguiente: “El fuego surgido en la ferretería y
tlapalería “la Sirena”, destruyó en su totalidad todos los muebles, enseres, y
objetos ahí existentes, por lo que de inmediato el personal procedió a su
combate, con el agua de los tanques de las bombas.
“Con
una estrategia definida, se ubicaron las bombas a manera de tener cubiertos
todos los ángulos para extinguir el siniestro, no obstante lo cual, y después
de horas de lucha, el edificio se derrumbó completamente.
“He
de lamentar –señala el parte oficial-, el comunicar a la superioridad que al
estar en los trabajos de extinción, el personal quedó sepultado. Entre los
escombros quedaron los cuerpos del Teniente Coronel José Saavedra del Razo, Capitán Ponciano Quiroz Herrera, Sargento Manuel Zamora Jimarez, bomberos Daniel Hernández Popoca, Jorge Ruiz, José Balbuena, Eduardo del Castillo
Negrete, Gustavo Salazar Bejarano,
Ramón Arriaga Aceves, Miguel Ángel Sánchez, Benito Fernández Arteaga y Juan Ramírez Mancera.
“Después
de una laboriosa remoción de escombros –continuo el parte- fueron rescatados
los cadáveres de nuestros compañeros antes citados, continuándose aún hasta bien entrada la
tarde, la búsqueda de los demás compañeros”
Los
encontrados a la hora de emitir el parte fueron Manuel Zamora Jimarez y Miguel
Ángel Sánchez Preciat, Benito Fernández Arriete y Juan Ramírez Mancera,
habiendo sido recogidos por una ambulancia de la Cruz Roja y trasladados al
anfiteatro de la misma institución, de donde fueron traídos posteriormente a
esta estación central, para ser tributados los honores póstumos.
De la misma forma, resultaron con lesiones en
diferentes partes del cuerpo, el subteniente Alberto Gallegos Noguez, quien fue
recogido por una ambulancia de la Cruz Roja
e internado en el hospital de la misma, donde fue atendido.
Los
bomberos Juan Hernández Castro, Ignacio Barbosa Bejarano, Mariano Rojano
Heredia, Luis Cid del Prado, Gerardo Contreras Zavala, Armando Block Chávez y
Javier Zamora Buenrostro fueron traídos a la clínica de la Estación Central, donde
fueron atendidos de las lesiones recibidas.
CONDOLENCIA DEL
PRESIDENTE
El
Presidente Miguel Alemán Valdez, conmovido como toda la ciudad ante la tragedia
y desatendiendo en su totalidad sus demás obligaciones, hizo acto de presencia
en el lugar del duelo, donde se
alineaban los restos de los bomberos caídos en el inigualable cumplimiento de
su deber, para manifestar el sentimiento de los mexicanos por la irreparable
pérdida de los hombres del fuego.
Pero
no sólo el Primer Mandatario manifestó su duelo, el pueblo piadoso se volcó
durante el sepelio de los heroicos bomberos que cayeron en el arduo
cumplimiento de su deber, toda la capital se inclinó al paso del cortejo
fúnebre en un gesto de homenaje final a su abnegación y desprendimiento.
Humilde
gente se apretujó a la salida del cortejo del edificio de bomberos a lo largo
de las avenidas de la capital federal, el dolor era visible en todos los
rostros, la procesión luctuosa fue encabezada por el jefe de la ciudad,
Fernando Casas Alemán, a quien acompañaba el Procurador General de la República
y otros altos funcionarios del estado mexicano.
Su
entierro se significó como la más importante manifestación de duelo que se
registró en el Distrito Federal y tres años después, en el aniversario luctuoso
del siniestro de “La Sirena” donde
perdieron la vida 12 de sus mejores
elementos, dos de los cuales dejaron como herencia a otros tantos símbolos en
el medio artístico, uno de ellos, Eric del Castillo, hijo del sargento Eduardo
del Castillo Negrete y otro Eduardo más, este Manzano, uno de los “Polivoces”,
se prendió la mecha social.
INJUSTICIA CON
LOS HEROES
La
trágica muerte de los miembros del Cuerpo de Bomberos, dio motivo a que los
nobles sentimientos de conmiseración de los metropolitanos se desbordara en un
gesto póstumo de reivindicación en favor de los deudos caídos, se iniciaron
colectas públicas para beneficio de sus familiares; el Presidente Miguel Alemán
ordenó que se estudiara la manera de establecer el seguro del bombero.
Por
su parte, el sector artístico no se quedó atrás, Mario Moreno, “Cantinflas”,
organizo y actuó en un gran festival cuyos productos se destinaron para
auxiliar a los familiares del servicio
civil.
Se
levantaron voces limpiamente a favor de los bomberos y sus familiares y hubo un
gran eco entre autoridades y gobernados.
La
Prensa se unió a esos sentimientos y en todo momento colaboró para el socorro
de los familiares de las víctimas.
Hoy
como ayer es vergonzoso comprobar que la Federación que paga sueldos fabulosos
a legisladores y asambleístas, quienes además de los honorarios reciben
sobresueldos y regalías, mantengan a los bomberos ganando sueldos de miseria
como es fácil de comprobar.
La
abnegación de los bomberos produjo casos como el del heroico Francisco Zúñiga,
que después de 23 años de servicio, contrajo en el cumplimiento del deber, una
enfermedad de la vista que lo dejo incapacitado para su trabajo y para
cualquier otro desempeño laboral.
Este
bombero, que murió casi totalmente ciego, nunca recibió apoyo alguno ni para
sus más elementales necesidades.
En
aquel entonces, un editorial del Diario de las Mayorías señalo que “Parece que
solo cuando los bomberos son víctimas de algún siniestro como el que acaba de
ocurrir, algunas autoridades se acuerdan de que constituyen un cuerpo heroico
que no escatima ni su esfuerzo ni su vida en el bien social, que es librarla de
hecatombes tremendas y en amenguar las que ya se han suscitado.
Son
los bomberos, hombres decididos, infatigables, que marchan a cada paso en
desafío de la muerte y quizás no obtienen otra satisfacción pública que las que
les prodiga, eso sí, estruendosamente, el pueblo de México cuando los ve desfilar gallardos y
serenos, en las paradas militares.
Podemos
decir que son estos hombres los que se llevan el lauro popular del modo más sincero, espontaneo y
admirativo.
Desde
los niños hasta los ancianos, nadie se atreve a negar su reconocimiento
hondísimo a los llamados tragahumo.
Ya quisieran
para sí otros cuerpos, digamos el de la policía esta alabanza.
Pero son
precisamente las autoridades quienes les regatean sus merecimientos, o los
aceptan… en los discursos oficiales; pues cuando se trata de pagarles su labor
como es debido, entonces la nómina no puede dar sino unos cuantos pesos a
quienes luchan contra la muerte, destrucción de los demás bienes.
A través de La
Prensa, los lectores se han enterado con frecuencia de las ocasiones en que los
bomberos han acudido a este periódico delpueblo para reclamar de sus superiores
unos salarios más de acuerdo con los trabajos que ellos desempeñan y, sobre
todo, de acuerdo con aguijoneante realidad de la carestía de las subsistencias,
sabemos cómo lo que ellos ganan apenas les alcanza para mal vivir
Y de cómo son
los peores pagados aunque los discursos y las declaraciones los reconozcan como
héroes.
Ojalá este
espantoso, deplorable y mil veces desgraciado siniestro sirva siquiera
para que, aparte su altura esforzada,
sea considerada en su cabal dimensión su derecho a la vida en mejores condiciones.
La forma es
pagándoles salarios más dignos.
Lo que toca al
pueblo, este los tiene en su lista de predilectos desde hace mucho tiempo.
Si en los
desfiles a que nos referimos hubiera “aplausómetros”, permítasenos el término,
ellos se llevarían todos los galardones.
En 1918, el
Presidente Álvaro obregón, decretó que
al Cuerpo de Bomberos se le incluyera la H.
de Honorable.
Para 1951, el
Presidente Miguel Alemán, hizo lo propio y cambio la H. de Honorable por la H. de Heroico.
EL MAYOR
ORGULLO, MORIR EN SERVICIO
MI AGRADECIMIENTO.-
Raúl Serratos y Zamora
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